La hora de las gaviotas (Spanish Edition) by Martín Ibon

La hora de las gaviotas (Spanish Edition) by Martín Ibon

autor:Martín, Ibon [Martín, Ibon]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2021-01-13T16:00:00+00:00


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Viernes, 13 de septiembre de 2019

Piedra suelta, raíces desnudas y hasta zarzas se alían para zancadillearla sin compasión. La senda que se adentra en el cabo de Híguer se le antoja más accidentada esa noche que ningún otro día. Cestero comprende que se trata solo de una impresión, un espejo del desánimo que la ha invadido tras la toma de declaración al que se había convertido en su principal sospechoso.

La confesión de Etcheverry echa por tierra su teoría de que fue él quien mató a Miren en el puerto. La droga oculta en el maletero del Koleos es la mejor prueba de que no miente. Sin embargo, la suboficial no está dispuesta a tirar tan fácilmente la toalla. Quizá un paseo vespertino por el paraje donde el francés dice que estuvo mientras se producía el crimen la ayude a dar con algún hilo del que tirar. Tal vez exista un camino oculto que conecte con el puerto.

Una fuerte subida busca ahora la punta más oriental del cabo. El arbolado queda atrás cuando llega al alto. La panorámica se abre y la luna llena dibuja las formas de un paisaje que en condiciones normales invitaría a la contemplación. Las calas se suceden, los faros de la costa francesa titilan en cabos y bocanas, algún carguero que no duerme avanza rumbo a un horizonte todavía rojizo… Y todo bañado por un mar que el satélite convierte en una balsa de mercurio.

Esa noche, sin embargo, no hay espacio para disfrutar de la belleza. Ha detenido a un saboteador y a un narcotraficante. No es un mal resumen para una semana de trabajo, pero resulta descorazonador cuando lo que buscas es un sanguinario asesino de mujeres.

Cestero ha llegado a escasos metros del mecanismo del que se valió Etcheverry para su trabajo ilegal. Su estructura precaria vibra y riega la noche con los chirridos de sus poleas. El olor a tubo de escape enmascara el aroma a hierba fresca y salitre que flota en el cabo. Un tractor tiene la culpa. Aguarda, con el motor encendido, a que los recolectores de algas terminen la carga del último fardo que han izado hasta la estación superior.

Un perro es el primero en percatarse de la presencia de la extraña. Corre ladrando hacia la ertzaina y le enseña los dientes para defender su territorio.

—¡Basta ya, Arturo! —lo regaña una voz femenina que a Cestero le resulta familiar. No parece que el chucho esté dispuesto a obedecer. Tras insistir un par de veces, la joven se encoge de hombros y se dirige a Cestero—. No te preocupes, solo ladra.

La ertzaina tarda unos segundos en reconocerla…

—Amalia… —Se trata de la voluntaria que colabora con sus técnicas de relajación en la terapia a la que acompaña a su madre—. No sabía que trabajaras en esto.

—¡Ane! ¿Qué haces por aquí? ¿No vendrás a detenernos? —saluda la joven uniendo ambas muñecas con una mueca divertida—. Es un poco tarde, pero no hacemos daño a nadie… Con esta luna tenemos que aprovechar la bajamar.

Cestero



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